El encuentro entre Halley y Newton que cambió el mundo.
Como la Ciencia la escriben los
seres humanos, su Historia es la de los seres humanos. Pero nuestro destino es
caprichoso, tanto individual como colectivamente. A veces llegamos cinco
minutos tarde al tren que nos hubiera llevado a un lugar determinado y eso
provoca que terminemos en otro sitio bien distinto, donde nuestra historia y la
de la humanidad, cambian para siempre. Así son las cosas. Me cuesta mucho
imaginar un mundo sin los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, el
«testamento central de la ciencia moderna, la piedra angular de nuestra
comprensión actual de las estrellas, planetas, cometas y mucho más», pues así
hablaba de ese joya literaria, científica y cultural el gran Carl Sagan. Me
cuesta mucho, pero estuvimos a punto. Caprichos del destino.
No hay nadie que haya analizado
su vida y obra que no piense que Newton era algo “raro”. Quizá estaba
impregnado de «la rareza de los genios», aunque personalmente pienso que ser un
genio no implica necesariamente ser «raro». Pero en el caso que nos ocupa, en
el tiempo histórico que quiero narrar, Newton estaba en su momento más extraño.
Ya era considerado un sabio por sus iguales (aunque sus iguales no sabían que
él no tenía igual); sobre todo por sus trabajos sobre la naturaleza de la luz y
de los colores en los que se dividía la luz blanca. Pero llevaba dos décadas
improductivas para la ciencia. Dos décadas dedicado a la alquimia y discutiendo
con un tal Atanasio, un teólogo que ayudó a fundar la doctrina de la Trinidad.
Nuestro Newton de aquel entonces era un paranoico depresivo; un misógino que no
sólo odiaba a las mujeres, sino que era incapaz de mantener una relación
medianamente normal con cualquier ser humano.
Y así podría haber sido hasta
su muerte y desaparición. Hoy poco sabríamos de él salvo esas paranoias y sus
estudios de la luz. Le admiraríamos, quizá, por haber descubierto el espectro:
la descomposición de la luz blanca en los distintos colores. Sólo con eso ya
habría aportado su granito de arena a la humanidad. Y ¡qué granito! No se entendería
la astrofísica de hoy en día sin los espectros. Bueno, más que no entender la
astrofísica, lo que ocurriría es que no conoceríamos el universo como lo
conocemos. Pero el destino es caprichoso y algo grande iba a ocurrir para
beneficio de Newton y de la humanidad. Algo que cambió en cierto modo la vida
de Newton. Un simple gesto. Una simple duda de otro gran pensador y científico
de la época. De alguien que buscaba respuestas y pensó que aquel ser depresivo
y mal encarado podría ayudarle con algo que le rondaba en la cabeza y que no le
dejaba dormir.
Pero no nos adelantemos y
contemos la historia desde el principio. Kepler afirmaba en una de sus tres
leyes que cuanto más lejos se encontrara un planeta del Sol, más despacio se
movería. Nadie conocía la causa exacta, pero se buscaban razones entre una
fuerza dirigida hacia fuera del Sol, debida a la propia velocidad del planeta,
y otra hacia dentro cuya causa no estaba clara del todo. Era evidente que la
fuerza hacia el Sol debería disminuir en intensidad con la distancia, para así
poder explicar que los planetas se movieran más despacio cuanto más lejos se
encontrasen. Halley, quizás por intuición (no lo sabemos con exactitud) propuso
que esa fuerza debería seguir la ley del cuadrado inverso: si un planeta se
alejaba el doble, entonces la fuerza disminuiría una cuarta parte.
Halley, Hooke y Christopher
Wren se empeñaron en demostrar la ley del cuadrado inverso. De los tres, Hooke
afirmaba que ya lo había demostrado, aunque no quiso dar pruebas de ello. Wren
ofreció regalar un libro cualquiera cuyo valor no fuera superior a cuarenta
chelines, a quien pudiera presentar una prueba antes de dos meses. Quizá
trataba de alentar a su compañero Hooke: si es verdad que había realizado la
demostración, que lo hiciera público con pruebas, aunque sólo fuera por ganarse
un libro cualquiera. Pero Hooke seguía insistiendo en no aportar ninguna
prueba. Esta vez alegó que quería retrasar su presentación para que así todos
pudieran apreciar la dificultad de lo que había conseguido. De este modo, los
meses pasaban y nadie daba respuestas.
Era una mañana de agosto de
1684. Y Halley decidió que no podía esperar más. Necesitaba la demostración de
la ley del cuadrado inverso y resolver la duda que no le dejaba dormir. Sabía
que en Cambridge, en el Trinity College, había una persona, una especie de
genio paranoico, que podría ayudarle con las respuestas, pues era un excelente
matemático, a pesar de que muchos le acusaban de no ser capaz de terminar nunca
ninguna de las empresas que abordaba.
Otro matemático, Abraham de
Moivre, cuenta que el propio Newton le relató aquel encuentro en los siguientes
términos. Parece ser que el doctor Halley le preguntó si sabía que curva
describirían los planetas suponiendo que la fuerza de atracción hacia el sol
fuera recíproca del cuadrado de sus distancias a él. A esta cuestión, Newton
respondió rápidamente que la curva se trataría de una elipse. Halley, embargado
sin duda por una gran alegría, le preguntó a Newton cómo lo sabía. Y Newton le
respondió que lo había calculado él mismo hacía ya tiempo. Cuando Halley le
pidió los papeles con la demostración, Newton simplemente le dijo que había
perdido aquellos papeles, pero que no se preocupase, que se lo demostraba de
nuevo.
Y Newton cumplió. En noviembre
entregó a Halley nueve páginas escritas en latín donde el gran genio demostraba
que la ley del cuadrado inverso implicaba las tres leyes de Kepler. Además,
entre aquellas páginas se encontraba una nueva ciencia de la dinámica. Halley
comprendió enseguida la maravilla que tenía entre las manos y rogó a Newton que
ampliara aquellas notas y publicara con ello un libro. Un libro de ciencia que
cambiaría el mundo. Un libro donde las matemáticas explicarían el universo. El
libro más importante que jamás se hubiera escrito.
Aquella mañana de agosto de
1684, Halley consiguió con su visita despertar al genio. Alejarlo un poco de
aquella alquimia que le había hecho perder dos décadas, que “nos” había hecho
perder dos décadas al resto de la humanidad. Desde aquel agosto, Newton se
había obsesionado por el nuevo desafío planteado por Halley. No pudo dormir, ni
pensar en otra cosa. Estuvo más de un año dándole vueltas a la gravedad y a los
movimientos planetarios. Newton era el genio y Halley, su manzana.
Halley quería que la Royal
Society pagara la nueva obra que Newton estaba a punto de terminar. Pero la
Royal Society se había gastado sus recursos económicos en la publicación de
otro libro y no podía abordar la impresión del nuevo ejemplar de Newton. Esta
fue la razón por la que Halley asumió los costes. A todo esto, y pronta la
publicación, Hooke vio peligrar su deseo de ser él el que resolviera el
problema de la ley del cuadrado inverso, por lo que quiso que se publiara en el
prefacio de la obra de Newton una nota aclaratoria en la que se afirmara que
Isaac Newton había copiado su idea de él. Al principio, Newton se mostró
moderado. Pero, a medida que pasaba el tiempo, su ira fue en aumento. Hasta tal
punto, que empezó a negarse a que la obra se publicara.
Halley se alarmó y trató de
agasajar a Newton afirmando que nadie creía a Hooke. Le contó la historia de la
apuesta con Wren y trató de convencerlo para que aquellos papeles no se
perdieran para siempre. Porque entre aquellas páginas no sólo estaba la resolución
de la ley del cuadrado inverso: había también afirmaciones acerca de la
naturaleza de los cometas y toda una declaración de la ley de la gravitación
universal, con demostraciones matemáticas. Contenía la invención del cálculo y
toda una teoría que permitió más tarde al hombre del siglo XX realizar vuelos
interplanetarios.
Sí. Estuvimos a punto. Casi nos
quedamos sin los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios
matemáticos de la filosofía natural). Sin duda, el libro más importante de ciencia
jamás escrito. Sin él, la ciencia habría tardado más en llegar donde ha
llegado. Me cuesta mucho imaginar un mundo sin os Principia. Mucho. Pero
estuvimos a punto. Gracias Edmund… por todo.
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