Halley, su cometa y Nicole.




Cuando nuestros antepasados miraban al cielo veían estabilidad. Las estrellas fijas, fueran aquello lo que fueran, se mostraban siempre de la misma manera, hasta el punto de que podías, reuniéndolas en asterismos o constelaciones, crear figuras y observarlas noche tras noche de la misma manera y las figuras se mantenían sin cambios. Había, es cierto, algunos puntos luminosos que se desplazaban sobre ese fondo de estrellas fijas. Nuestros antepasados les pusieron un nombre: estrellas errantes o planetas. Pero, aunque se movían, finalmente volvían una y otra vez por los mismos lugares del cielo. Estabilidad en definitiva. Y eso estaba bien.

De repente, toda esa calma, toda esa estabilidad, desaparecía. Un objeto brillante, unas veces más otras veces menos, aparecía de la nada y se movía lentamente sobre el fondo de estrellas fijas durante semanas. Tenían una cabellera, unas veces grande otras veces menos. Y nuestros antepasados les pusierion un nombre: cometas. Palabra que en griego significa “cabellera”. Para nuestros antepasados, aquellas apariciones repentinas tenían que tener una causa, una razón. Y pensaron que esa razón era la de predecir desastres, como vaticinar la muerte de príncipes o la desaparición de reinos.

En 1066, por ejemplo, los Normandos registraron la llegada de un cometa. Y si aquello significaba que algún reino podía caer, ¿por qué no invadir Inglaterra? Los Normandos registraron todo esto en el Tapiz de Bayeux, que podría ser como el periódico de un día de la época. A principios del siglo XIII, Giotto, pionero en esto de la pintura realista moderna presenció la aparición de un cometa y lo añadió al pesebre que estaba pintando en aquel momento, la “Adoración de los Reyes Magos”. En 1517, apareció otro gran cometa. Esta vez, fue visto en México y el emperador Moctezuma ordenó matar a sus astrólogos. El motivo de la orden fue que no predijeron la aparición del cometa que, obviamente, iba a traer un gran desastre en forma de Hernan Cortés.

Fue Edmund Halley el que comprendió que aquellos cometas eran el mismo. Que aquel objeto venía una y otra vez cada cierto tiempo porque seguía una órbita elíptica. Y fue a hablar con Newton para ver si él tenía una explicación de cómo debería moverse un objeto de semejantes características… Pero esa es otra historia. Con toda la teoría ya en su cabeza, Halley predijo la llegada del cometa que lleva su nombre para el año 1758. Pero desgraciadamente, Halley falleció en 1742 y no pudo ver el regreso de su cometa. Halley pasó a la Historia, pero la gran olividada fue Nicole Reine Etable de la Brière Lepaute (1723-1788)

De todo su largo nombre, el que no aparece en este título quizá sea el que más se utilizara para referirse a ella: Hortense. Nicole-Reine Hortense (Etable de la Briere) (1723-1788). Según el astrónomo Joseph Jérôme Lalande (1732-1807), Nicole-Reine fue la astrónomo francesa más distinguida que Francia había producido hasta la época. Nació en el palacio de Luxemburgo, en París, donde su padre, Etable de la Brière, era un miembro del séquito de Isabel de Orleans, la reina de España. Y ya de niña mostró su inteligencia y ciertas habilidades sociales. Devoraba todos los libros que caían en sus manos, sin importarle mucho la temática. Y en 1748 contrajo matrimonio con Jean André Lepaute (1720-1789), que a la postre sería el relojero del reino de Francia.

No seré yo quién diga que tal cosa era rara entre las mujeres, pero a Hortense le gustaban las matemáticas. Las matemáticas y la astronomía. Es posible que algo tuviera que ver la profesión de su marido y los círculos de amistad en los que se movía, pero lo cierto es que pasó buena parte de su vida perfeccionando sus habilidades en esas áreas. Sin hijos propios, Hortense se encargó de los cuidados de dos jóvenes de la familia de su marido. Y al final, sus problemas de visión acortaron sus aportaciones a la astronomía.

Quizá una de sus mayores contribuciones fue predecir con exactitud la llegada del cometa Halley. En su momento, Halley predijo por primera vez en la historia de la humanidad el retorno de un cometa (el que lleva su nombre) para el año 1758. Halley comprendió que el cometa de 1682 era el mismo que había visitado ya nuestro vecindario solar en años anteriores y que lo haría también posteriormente. Pero adivinar con exactitud la fecha del regreso no era nada sencillo, pues el Halley se encontraría en su camino en las cercanías de varios objetos celestes del sistema solar que podrían afectar a su órbita y retrasar o acelerar su llegada. 

Clairaut, Lalande y Lepauté consiguieron predecir la llegada del cometa con una exactitud digna de mención. La questión fue que se olvidaron de Lepauté. El problema principal estaba en acertar con los efectos gravitaciones de Saturno por un lado y de Júpiter por el otro y esto requería de laboriosos cálculos que llevó a cabo, con suma precisión, nuestra querida Hortense. Y luego se olvidaron de mencionar su contribución. 

Fue Lalande el que admitió, más tarde, que sin el papel de Lepauté no habrían podido adelantarse a la llegada del cometa: según Hortense, Saturno retrasaría el cometa unos 100 días, mientras que Júpiter lo retrasaría en 518 días. Así, según aquellos cálculos, el perihelio del cometa se produciría en abril de 1759… en realidad, el Halley alcanzó el perihelio el 13 de marzo. Toda una proeza. Por cierto, fue el campesino alemán Johann Palitzsch el que observó el regreso del Halley allá por la nochebuena de 1758.

Si aquel acierto fue espectacular al demostrar una capacidad de cálculo muy superior a la de sus varones contemporáneos, no lo fue menos la predicción de un eclipse solar con dos años de antelación. Hortense no se limitó a predecir el eclipse, sino que calculó la hora y el porcentaje de visibilidad del eclipse para toda Europa y llegó a publicar un mapa mostrando el progreso del eclipse en intervalos de 15 minutos. Y, finalmente, contribuyó en la publicación de un almanaque de la Academia de Ciencias en el que se mostraban tablas con las posiciones exactas de varios cuerpos celestes para cada día del año. Mucho de su trabajo consistió en eso: tablas y cálculos que aparecían como parte de publicaciones de otros.

Antaño heraldo de infortunios, hoy sabemos que no son más que bolas de nieve sucia, objetos celestes constituidos por hielo, agua, amoníaco, metano, moléculas orgánicas simples, hierro, magnesio y silicatos. En resumen, restos de explosiones de estrellas, que orbitan nuestro sol en órbitas muy elípticas, promediando su tamaño en decenas de km de radio. Precisamente su composición química los hace muy interesantes para el estudio de la posible vida en otros planetas. Al final, un cometa contiene todos los ladrillos con los que se fabrican los aminoácidos, pilares básicos de la vida. Y cuando un cometa cae en un planeta, esparce todos esos materiales. Un planeta como la Tierra, con las condiciones adecuadas, bien podría haber conseguido la materia prima de la vida de un cometa.

Debido a las bajas temperaturas del espacio exterior (273 grados bajo cero o cero absoluto porque nada puede estar más frío), los cometas están congelados cuando se encuentran lejos del Sol y, a medida que se acercan, cuando están a una distancia que varía entre 5 y 10 veces la distancia de la Tierra al Sol, sufren el viento solar, que calienta el cometa y provoca un proceso de sublimación o evaporación de las sustancias que lo forman, generando su cola o coma. La cola se extiende millones de km y siempre se muestra opuesta al sol; es decir, cuando el cometa se aleja del sol, la cola va por delante del cometa.

En cuestiones de cometas, el año 1910 fue espectacular, ya que la Tierra atravesó literalmente la cola del cometa Halley. Hubo muchos suicidios debido a que la gente pensó que la atmósfera de la Tierra se contaminaría con las sustancias venenosas de la cola del cometa. De hecho, sí que es cierto que en la cola de un cometa puede haber sustancias venenosas. Lo que no sabían los suicidados de aquel entonces es que la cola de un cometa es tan difusa, que no provocaría daños en la salud: la contaminación industrial de entonces era más peligrosa. Además, la cola mide millones de kilómetros. En el


diario Chronicle, de San Francisco, el 15 de mayo de 1910 se podían leer titulares que decían: “cámara para protegerse del cometa tan grande como una casa”. “grandes fiestas en todo el planeta por el cianógeno”… El cianógeno, CN, forma parte de esas moléculas orgánicas que decimos que se encuentran en los cometas. Da lugar a los cianuros. Se vendieron píldoras anti cometa y máscaras de gas anti cometa. El cianuro impide que el oxígeno pase de la sangre a las células: literalmente te asfixia; de hecho, el cianuro de hidrógeno era utilizado por los nazis en las cámaras de gas.

Los cometas se van desgastando en cada paso cercano al Sol, por lo que van envejeciendo y haciéndose menos brillantes y menos espectaculares. Cada vez que la Tierra atraviesa la órbita de un cometa, estos fragmentos penetran en la atmósfera en forma de estrellas fugaces. Las famosas Perseidas, por ejemplo, que animan los cielos a mediados de agosto cada año, se deben a que la Tierra atraviesa la órbita del cometa 109/P/Swift-tuttle, que regresa cada 135 años. Y, aunque su máximo ronda el 11-12 de agosto, muchas de las estrella fugaces que se puede observar en julio podemos decir que pertenecen a las perseidas, precisamente porque la Tierra tarda semanas en atravesar esos restos cometarios.


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